viernes, 17 de julio de 2015

Novela corta, entrega semanal, PREFACIO; historia de las mujeres de mi familia, Capitulo 0, LA TIA ELSA parte 1

En este experimento de escribir una novela corta, voy aprendiendo con la ayuda de mis lectores, así que para que la historia que esta en mi cabeza tenga sentido, este es el nudo de la historia, la vida de Elsa y sus mujeres, para que todo tenga mas sentido se las paso de nuevo, y de a poco iré desarrollando cada una de las historias que tejen esta trama.....


Cuando mi tía Elsa cumplió 95 años, decidió que eran ya suficientes vividos en pie, así que se metió en la cama y salió, como dijo, con los pies en alto y para adelante.
Elsa era una mujer pequeñita de tamaño, pero era sola apariencia, tal vez solo para esconder a tamaña mujer hacia falta ese pequeño cuerpo.
Desde de los 20 años su pelo fue blanco, y le daba un aire de hada madrina y duende travieso, que conservó hasta la tumba.
Sus manos y sus pies pequeños nunca estaban quietos, iba y venia de aquí para allá, cosiendo, tejiendo, llevando, trayendo, armando o desarmando, y no solo telas o lanas o cosas, sino hijos, vidas, romances, juegos, fiestas, acontecimientos, gentes y gentes y mas gentes.
Creo que ella no se casó por que nunca estuvo demasiado tiempo quieta para que algún pretendiente pudiera atraparla, su actividad era increíble, imposible de seguir, hasta parecía estar en dos partes al mismo tiempo.
La tía Elsa era un prodigio, sabía todo, arreglaba todo, todos dependíamos en más o en menos de ella.
Si los niños de la casa se lastimaban, ella sacaba sus vendas blancas, de sabanas viejas, fuerte mertiolate y con dulzura y celeridad curaba raspones y lastimaduras. Si alguna pena atacaba el corazón de alguien, se veía a Elsa y a la victima, caminando rapidito por alguna de las galerías de la casona vieja de mi abuelo, llevada casi a la rastra para seguir sus apurados pasitos. Y siempre se salía de esa maratón mas tranquilo aunque sea por haber echado una carrerita y gastado energías.
Si se trataba de penas de amor, era una experta, tenia la palabra justa, si eran los hijos, ella sabia que les pasaba, pues si los padres la consultaban, los niños habían pasado primero, contado sus cuitas y salidos dulces de caramelos.
Dirigía la casa de su hermano, mi abuelo, ya que mi abuela murió dejando 12 hijos a cargo de ella.
Pero un día la ráfaga decidió que ya era suficiente, y fue así, de un día a otro, sin previo aviso, ni señal de cansancio, solo que 95 años eran suficientes para vivir de pie.
Y se instalo, en la habitación que da a la calle, cerca de la puerta de entrada, así las visitas, no molestaban al resto de la casa. Se hizo traer una enorme cama de caoba oscura, alta cabecera densamente labrada, con frutas y dragones y terminada en unas espesas bolas lisas. Puso las sabanas blancas de hilo que había guardado desde su juventud, pensando en un posible ajuar, como cualquier niña de 15 años de principios del siglo pasado y se dió el lujo de usarlas.
Y para rematar puso una impresionante colcha blanca de encaje bordado por ella, le tomo 75 años hacerla, y aun no estaba terminada, pero ya estaba los suficientemente grande para cubrir la gran cama y llegar hasta el piso y seguir bordando y tejiendo el resto metida en cama y cobijada por ella.
Llegamos a la conclusión que nunca dormía, pues nadie la había visto jamás realizar ese trabajo, y era hermoso. Su vida estaba contada en flores y paisajes, líneas y miles de nuditos blancos, puros, finos, bellísimos en esa increíble colcha blanca.
Un día, en el que ella creyó su fin próximo, llamó a las mujeres de la familia, no a todas, que éramos muchas, sino a sus preferidas, nos reunió en su cuarto y nos sentamos todas en su cama, unas acurrucadas a sus pies, otras a su lado, otras en el centro, ya que sus cortas piernitas dejaban amplio espacio. Estaba ella con su pelo blanco, abundante, recogido en su eterno rodete, un camisón de seda color hueso por el tiempo, lleno de diminutas puntillas, y tal ves un poco osado para una anciana de 99 años.
El grupo reunido a su vera, lo comprendíamos, mujeres de 15 a 70, solteras, casadas, esperanzadas, desilusionadas, alegres, tristes, exitosas, frustradas, mujeres viejas y jóvenes, creo que lo único en común que teníamos mas allá de los lazos de sangre era que solo éramos mujeres.
Cuando el alboroto de habernos reunido y puesto al día con las noticias y chismes de la familia terminó, la tía Elsa, alzo su mano derecha, aun vital, llena de pecas y nervuda, con un hermoso anillo de brillantes que se le caía hacia delante en su enflaquecido dedo. Nunca habíamos visto tal joya y nos sorprendimos.
Bueno mis queridas, no tiene que sorprenderlas que las tenga a todas, aquí, bajo mis alas, acurrucadas, como nunca, o como siempre. Pero quiero compartir algo con ustedes, he sido depositaria de sus penas y alegrías, secretos y verdades a voces.
Hoy quiero contarles algo, tal vez a esta edad pueda descubrir el secreto que marco mi vida.
Nunca he entendido a los hombres.
Sí, hijas, si!!No me miren con tal cara de sorpresa y desazón, pues ha sido un enigma para mí.
Las he aconsejado, a todas, y por tres generaciones ya, pero siempre he tenido el temor de dar un mal consejo, ya que nunca pude entender a los hombres, a los varones, a esos peludos grandotes que hacen hijos, y sacan lagrimas de dolor o de alegría a las mujeres. Los he mirado, observado, pero nunca los he comprendido. Las mujeres somos más predecibles, envidiosas por naturaleza, competitivas, celosas, buenas y maternales, leonas y conejas, arañas y avispas, hasta la más buena y dulce es una arpía si le tocan su macho o la cría. Y he pasado todos estos años tratando de vivir sin ellos, tratando de que mi vida sea hermosa, placentera, plena, y hoy con vergüenza debo reconocer que he fallado, hubo un vacío que nunca pude llenar, fui feliz, pero estuve sola, necesité apoyo en la hora de las decisiones, no lo tuve.
Sé que uno es solo, al fondo del alma solo lo conoce Díos, pero el nos creo varón y mujer, solo que a mi se le olvido decirme cual es la receta para comprenderlos.
El silencio se apoderó de nosotras, nos tomamos de las manos, con profunda tristeza, en un ritual casi atávico, para darnos fuerzas mutuamente, ante quien era nuestro sostén, ante quien por primera vez se mostraba débil. Ante nuestra y su debilidad, nos sentimos apaleadas, pequeñas, niñas huérfanas.
Hablo Carmela, la mas joven de nosotras, la que había conocido por primera vez el amor apasionado, fresco y puro, ideal y devastador de los 15 años, Dijo, con miedo, “ nunca me pregunté si a Javier lo entendía, solo lo quise, y aun después que se fué, y el dolor no me abandona, solo me pregunto por qué no me quiso.
La niña aflojo la tensión y permitió a cada una reflexionar sobre su vida, sobre sus amores, sobre su situación actual. La Tía Elsa nos miraba, esperaba una respuesta, no quería morirse sin haber develado el misterio.
Le toco el turno a Amanda, la mayor, la que había vivido mucho y sola, Elsa dijo, me dejas perpleja, siempre admire tu vida, tu dinamismo, tu devota entrega a nosotros, nunca pensé que tenias vida y penas propias, siempre fuiste de la familia, perdóname por nunca pensar que eras tuya también
No se si puedo comprender tu incomprensión a los hombres, para mi siempre fueron ellos los predecibles, y las mujeres impredecibles, me fue mas fácil lidiar con ellos que con ellas, las envidias, los celos, las competencias, me asustaron siempre, y encontré en los hombres refugio, su simplicidad me era fácil y reconocible. Tal vez nunca me casé por que quise a demasiados hombres, o los quise demasiado, no lo sé, viví rodeada de ellos, o tal vez ellos nunca me comprendieron a mi, tan solo les divertía mi audacia, y admiraron mi belleza, no lo sé, simplemte no lo se, viví y ame, así como vino, sin pensar. Hoy a los 70, siento el pesar de no tener hijos, de verme sola, y me arrepiento, pero yo tuve la culpa. El vértigo, mi egoísmo, mi comodidad, mis viajes, mis hombres, mi salud privilegiada y mi belleza, siempre fueron mis enemigas aliadas, hoy lo se, soy yo, no ellos.
Pues, la sorpresa no me deja, Dijo Alcira,.........

continuará-


TC

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