Algo
magnifico sucede al atardecer. Una luz rosada baña los contornos de las casas,
los cerros se vuelven azul macizo, el cielo de un color indefinible se va
llenando de matices irizados, de sombras, habla, canta, se despide con una
sinfonía en colores.
Silencio. El
silencio me habla, lo escucho, me callo para oírlo, la ciudad se ha detenido,
un segundo que dura una eternidad. El silencio retumba en cada cornisa de las
casas, se dibuja en los pájaros llegando al nido, se envuelve en el viento que se ha detenido. El silencio me invade, me toma de la mano y la apoya en su corazón.
Oigo el palpitar de la luz, oigo las sombras avanzar despacio, me invade la
calma, la certeza de estar viva, soy testigo de un milagro.
Cada
atardecer tiene algo sobrenatural cuando me puedo detener, cuando he logrado
llegar al fin de la tarde consciente de que estoy aquí, viva, latente,
sintiendo como la sangre fluye, consciente de que amo, lloro, extraño, me
enojo, me canso, me rio. Y el anhelo de lo infinito me invade, las certezas se
afianzan, me abraza la vida, me lleva más allá, más arriba, me sube, conectas
mis dedos con el cielo.
Oigo
campanas, me traen de nuevo al ruido, todo cobra sonido, el viento exhala su
suspiro contenido, la ciudad chirria con su vida mecánica, a toda marcha, a
toda furia.
Miro al
poniente, la luz no se ha ido, me recuerda que no fue un sueño, que lo que viví
es real, veo sus goces aun suspendidos en la punta de mis cerros, las ultimas
nubes rosadas, me saludan tímidas, diciendo hasta mañana, y sé que mañana será
distinto, que no se si volveré a captar el momento mágico del milagro de nuevo,
y guardare en mi alma la hora vivida, anhelando
otra que vendrá mañana, que no se si la veré de nuevo, no, ya no, será distinta,
como la vida a cada tramo, inescrutable, sorprendente, predecible a medias,
imposible de a ratos, deliciosa a escondidas, inexorable hacia adelante…..
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