A la memoria de "El Martín", mi primer perro.
Cuando
se murió mi primo Paco me quedo de herencia su perro Zaratustra.
Paco
era hijo de mi tío Perícles.
Y digo
bien, me quedó en herencia ya que fue una cuestión de simple vecindad. El primo
Paco vivía al lado de mi casa y como salía poco Zaratustra empezó a seguirme,
terminé dándole de comer y adoptándolo, de la puerta para afuera.
Zaratustra
es un nombre demasiado largo para un perro tan corto, aun no sé de donde lo
saco Paco, es un coctel genético donde todas las razas del mundo se dieron
cita, ninguna cedió espacio a otra y se evidencian en forma desordenada y
absurda.
La
cabeza de este ejemplar único e irrepetible, gracias a Dios, es como la de los
perros Pilas, de un color rosado grisáceo con algún que otro pelo largo negro,
sobre todo en la frente entre las orejas le crece un ralo mechón negro, me
recuerdan a los pelados que acomodan de un lado al otro del cráneo unos
mechones largos con gomina.
Las
orejas son una belleza, ahí toda su herencia de pastor alemán se expresó
perfectamente, son grandes, de triangulo perfecto, duras y erguidas, siempre
atentas.
Lo que sí,
quedan desproporcionadas en una cabecita chiquita y pelada, le dan un aspecto
de murciélago de grandes orejas peludas, me imagino que en el amazonas se sentiría
casi de la familia de esos ratones voladores.
Me
queda la duda de donde sacó las patas delanteras, parecen de Salchichas o de
esos perros batata, cortitas, morrudas y de pelos cortos parejos color miel.
Las uñas son largas y cuando camina por el piso de cerámicos se escuchas el tis
tis característico, y tengo que cortárselas con un enorme alicate pues crecen a
velocidad pasmosa.
La masa
del cuerpo varia del invierno al verano, y la cantidad de pelos aumenta de la
panza al lomo, y en la columna se unen tipo crin de caballo, un poco esponjoso
y enrulado, que en invierno toma la forma de un casi vellón que se ha quedado
corto, y el color es de un amarillo trigo maduro.
Las
patas traseras, son largas y bien formadas, que si uno lo ve de atrás hasta
parece un perro normal, me parece que son regalo de algún ancestro dobermann,
pues son negras, parejas y finas, de músculos marcados y la parte interior de
los muslos es marrón dorado.
No
puedo dejar pasar por alto la cola, es su mayor orgullo, la mueve plumosa y ostensiblemente,
tal vez por su gran tamaño, a veces pienso que más que cola de perro es de
zorro. El efecto de esta entre las piernas negras puede ser un poco chocante
pero uno se va acostumbrando hasta que casi parece linda.
Su inteligencia
me sorprende a cada rato, y a veces dudo si no es casi humana, algún embrujo o hechicería,
pero mi racionalidad me impide creer en supercherías.
El cómo
se incorporó a mi vida hasta hacérseme indispensable, no lo sé.
Al
principio aparecía cuando el primo Paco se iba, se sentaba bajo mi ventana y
golpeaba con su poderosa cola la pared hasta que yo salía ,ahí su contento era
tal que siempre me conmovía y recibía algún pedacito de pan o galleta y se iba
contento, caminado en esa forma desacompasada y ondulante producto de la
diferencia de altura de sus extremidades anteriores y posteriores.
Mi casa
y la de Paco están unidas por un parque y un zanjón marca los limites, así es
que cuando Paco volvía Zaratustra hacia vida doble, comía en mi casa y en la
suya.
Tuve
que manejarme con mucha habilidad y discreción pues mis tres perros,
labradores, de fina raza y belleza cautivadora, manifestaron unos celos
atroces.
Zaratustra
aparecía justo cuando era la hora de la siesta, sabía que los otros tres sucumbían
al calor tropical y no se le vendrían como fieras descontroladas a intentar
morderlo. Y me buscaba, se sentaba sobre sus patas traseras, y casi parecía
proporcionado, me miraba e inclinaba la cabeza a un lado, con expresión de tristeza,
entonces le acariciaba la cabeza, que es suave y calentita, y se echaba a mis
pies a dormir mientras yo seguía en lo mío.
El
drama comenzaba al rato, cuando los otros sentían el olor se aproximaban
despacio, cautelosos, acechantes ante el intruso, y se le paraban los pelos del
lomo a los cuatro en actitud batallante. Y siempre, Pepe, el mayor de los
labradores, lo empujaba con el hocico y Zaratustra resignado, se iba mirándome,
dejándome acongojada con la sensación de haber hecho algo malo, o simplemente
no haber hecho nada.
Poco a
poco y con sutil inteligencia, Zaratustra, se incorporó a la vida de mi casa, dormía
bajo mi ventana, invierno y verano, salía yo al parque y me seguía fielmente.
Como
vivo en una finca ganadera, salgo constantemente a caballo, y este fiel
esperpento me sigue cual sombra.
Nunca
voy a olvidar el día de la gran pelea, unos perro foráneos llegaron hasta mi
casa y se armó la trifulca, los cuatro de la casa salieron a defender su
territorio, y por supuesto, el que salió peor parado y luchó con más empeño,
fue el más menudito, como buen petiso, camorrero y peleón.
Entre
sus heridas de guerra le quedaron menos pelos en la cola, una oreja caída, y se
descaderó. Para evitar que se moviera lo até a un árbol. Partí a caballo,
confiada de haberlo dejado a salvo, pero no di ni quince pasos cuando oí el
jadeo trabajoso y renegón de Zaratustra, quien vino arrastrando las patas
traseras, maltrecho y molido, pero fiel hasta lo heroico.
Algunas
veces me dan ataques de ejercicio y salgo a caminar, lo hago más por los perros
que en cuanto me ven de zapatillas empiezan alegrarse, se emocionan y brincan
inquietos por un paseo estimulante.
Una de
esas tardes, con todo mi espíritu deportivo, salimos mis perros, Zaratustra y
yo, el paseo iba de lo más placentero, y entonces un muchacho que arreglaba el camino,
no tuvo mejor idea que gritarme un piropo, inofensivo y gracioso, para mí. A Zaratustra
lo enfureció, se fue como una flecha a morder al pobre hombre que no atinaba a reaccionar,
los otros tres siguieron al líder, y tuve que intervenir a los gritos y azotes para
tranquilizarlos.
El
saldo de esta pelea fue un hombre en el hospital con mordeduras en las manos,
nada grave por cierto, pero creo que nunca más osara decir ni un piropito a
nadie con perros.
No
puedo negar que a pesar del mal rato y de tener que llevar al hombre al hospital
me sentí orgullosa de mi defensor peludo, maltrecho y deforme.
Ayer
con sorpresa y emoción me trajo agarrado del cuero del cogote una bolita peluda
y enrulada, negra con la colita marrón, es su hijito, a la madre aun no la conozco,
y no sé qué será del futuro de ese pobrecito, solo sé que hoy es una delicia,
duerme en mi cama y le doy leche de mamadera.
A su
madre la admiro, solo vio el corazón de Zaratustra, y del futuro del Paquito no
me preocupo, tiene sangre de luchador en sus venas.