No importa cuántos
años tengas, tarde o temprano tendrás que aprender a decidir, y si no lo haces
la vida te va a llevar puesto como sombrero al viento y atenete a las
consecuencias, o le echaras la culpa a los vientos, al ala del sombrero, al
barbijo, a tu pelo o la falta de él porque se voló sin saber tu a donde va.
Hoy se me viene a
la cabeza este tema porque he visto a dos niñas tener que tomar una decisión
difícil, sangrienta, terrible, si se quedaban a dormir en la casa de su padre o
volvían a lo de su madre.
Escena uno,
domingo a la tarde, día gris y frio, vacaciones de julio, lunes sin clases y la
promesa de pasarla bien junto a su padre.
Escena dos, un
padre que se duele de pensar en dejarlas ir, y a la vez la tentación de
recuperar su espacio de soledad acostumbrado, su tiempo y disponibilidad sin la
responsabilidad de dos criaturas, volver a su rutina, o debatirse en el acomodo
difícil de tenerlas cada 15 días dos noches a dormir, la elasticidad que a
medida que envejece se hace más difícil, la culpa de querer que se vayan y el
deseo de que se queden. Y de golpe la conciencia de saber que ellas han de decidir,
que ellas pueden decir con quien estar, con el alma estrujada y la sonrisa
benévola si eligen irse, con la alegría incomoda de que se queden, y por sobre
todo el deseo de tenerlas con él.
Escena tres. Dos
niñas. La mayor, cerebral y esquemática, adoradora visceral de su padre,
temerosa hasta el extremo de desagradar a alguien y menos que menos a la madre,
con la ternura y el miedo envueltos en su corazón semi adolescente, tironeada
por la tranquilidad y el confort de lo seguro y conocido, y tentada de pasar un
rato más con su adorado papa, con la voz que le dice que ella ha de decidir,
sin importar que va a ofender a nadie, habiendo comprendido que sus padres son
adultos y van a estar bien con su decisión, y ahora eso: su decisión. La
tremenda encrucijada de elegir, el vacío, el precipicio de mirar cara a cara
sus sentimientos, esos que han estado siempre tapados por el miedo y la inseguridad,
hoy en un día crucial en su crecimiento debe decidir por ella, está sola, nadie
la va a guiar y nadie le va a reprochar, solo ella misma si elige mal
Y no sabe qué
hacer, los minutos pasan, su padre espera, la hermana menor, ha atendido a sus
sentimiento de manera espontánea, no quiere irse, no quiere otro cambio, ya se
amoldó al padre, a su casa, a su ritmo, no le cambien el rumbo de nuevo.
Lo que más miedo
le da y lo que más desea están ahí al alcance de la mano, debe elegir, que
horror!!!! entre el padre y la madre, entre una cama y la otra, entre sus
cosas, sus esquemas, su seguridad última, y el amor cálido y esponjoso, tierno
y calmante del padre.
Y de golpe sabe
que quiere, quiere pasar esa noche con él, y volver al día siguiente temprano
con la madre, era solo una noche, no era para siempre, al fin y al cabo podía
tener todo lo que quería junto, no era tan grave, o si?
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