Capitulo 2: Amanda
Atardece, el sol se ha puesto, el aire brilla dorado con las
últimas luces. Amanda llega a su casa, ha tenido un día cansado, mucho trajín,
el ruido de la ciudad últimamente la aturde.
Se para frente a la gran ventana de su casa y mira absorta
unos minutos hacia el poniente, buscando calmar en el silencio de su espacio
sagrado las miles de voces que resuenan en su mente.
Amanda es hija de Nuria, la única hermana mujer de tía Elsa.
Amanda fue la mimada, el juguete con que la tía Elsa experimentó una maternidad
compartida, a veces robada a su hermana mayor. Nuria es una figura que se
desvanece en la memoria de Amanda, sí, fue su madre, ella la parió, pero quien
la cuidó, la arropó, la educó, la mimó y lanzó al mundo fue su tía Elsa, su
madre vivía en otro mundo, era lejana y fría, con el paso de los años la figura
de ella se fue esfumando y para Amanda madre se volvió sinónimo de Elsa.
Hoy por primera vez Amanda debe admitir que se siente
cansada, vieja y sola, ha cumplido 70 años hace poco, llegó hasta este punto de
su vida con esa vitalidad increíble heredada de la familia de su madre, fue
envejeciendo casi sin sentirlo.
Su trabajo ayudó a poder seguir activa cuando muchos ya habían optado por el retiro años antes. Ella es crítica de teatro, una carrera que la
eligió a ella, no la busco, se le fue dando con el correr de los años.
El mundo en el que Amanda creció no dejaba espacio para una
mujer independiente, inteligente y bellísima, si bien se le perdonaba todo en
aras de esa belleza casi mítica, se fue apenas pudo de ese mundo pacato y
conservador que la agobiaba. Con la excusa de estudiar letras en una universidad
de la capital, partió rauda y aventurera a explorar ese mundo maravilloso que
existía fuera de las montañas de su ciudad natal.
Y contra los malos pronósticos familiares y sociales, se
llevó el mundo puesto, tenía todos los dones y cultivó de la mejor manera sus
herramientas, inteligencia y belleza. De su carrera de letras eligió el teatro,
y allí se convirtió en una crítica reputada a nivel internacional, disputada
por revistas, diarios y canales de TV de las principales ciudades del mundo.
Por eso había viajado tanto, conocido tanta y tanta gente, había visto el
mundo, lo había saboreado, sentido, se había hartado de él.
Un día, cuando cumplió 60 años, empezó a notar con horror
que su belleza estaba declinando, nunca se había parado a pensar en ello, dio
por sentado que si a los 59 todavía tenía una piel tersa casi sin arrugas, su
pelo aun brillaba dorado y abundante, su figura alta y esbelta, fibrosa y atlética
seguía estando ahí, un poco menos tersa, menos suave, pero fresca aun, que paso
a los 60?, como podía ser que su propio cuerpo la traicionara de esa manera, el
espejo ya no devolvía una imagen lozana, había una mujer de 60 años que la
miraba asustada y esa no era ella, o al menos no se reconocía.
Fue una dura etapa, fue difícil aceptar así de pronto la caducidad
de la vida, empezar a oler el fin de una etapa, planear su retiro, una gran
angustia envolvía sus horas de soledad, y quiso quemar sus últimos cartuchos
saliendo con hombres más jóvenes, mozos de 40, hasta de 30, que se sentían
halagados por esta mujer hermosa, brillante, que los divertía, enloquecía y los
dejaba antes de que se dieran cuenta de que se podía enamorar. En resumidas
cuentas, Amanda hizo lo que hizo siempre, huyó cuando atisbaba que podía
enamorarse, era tal su horror a amar que llego así, a los 70 años, con una
larga, larguísima lista de corazones rotos tras ella, y sola, muy sola.
Hoy, parada frente a su ventana, a su vida, ve ponerse el
sol, no solo tras sus cerros amados, sino tras su propia vida. Elsa, su tía
Elsa, está mal, ella sabe que está muriendo, que no le queda mucho, y eso la
aterra, porque si Elsa se va ella caerá en un abismo, ella no tendrá esa madre,
esa contención arriba, será ella quien deba ocupar su lugar en el árbol de la
vida, será la última de los vivos, la próxima en morir, y no está lista para
irse todavía, no quiere, no puede, algo le queda pendiente y no sabe que es.
Dejar su trabajo, volver a su ciudad natal, no fue fácil, le
llevo 10 año poder acomodarse y vivir eso, aun no está bien, esta
desacompasada, no encuentra su eje, su vida era para ella, por ella, de ella,
siempre hubo gente girando a su alrededor, aduladores, trabajadores y amantes,
nadie desinteresado, todos sacaban alguna ventaja de ella, y lo sabía y lo
dejaba ser, le gustaba sentirse poderosa.
Ahora, en su nueva vida, con su casa puesta y andando, ya no
hay obreros ni albañiles ni carpinteros ni plomeros dando vueltas. Ahora su
vida transcurre en función de su casa y un taller literario para escritores nóveles
de obras de teatro y sigue escribiendo reseñas para algunas revistas y el periódico
local, y hay días en los que da vueltas por la ciudad, buscando algo que no
sabe que es, llega como hoy agotada, vacía, sola. Como nunca su soledad le
pesa, y hoy le pesa más porque la cercanía de la muerte la tiene aterrada, no
está sabiendo cómo vivir los 70 años que la vida le está dando, por eso la cercanía
de la muerte la saca de quicio, la asusta.
Se da una ducha caliente, pone a hervir unas verduras y se
enchufa en su televisor con cualquier serie tonta, no quiere pensar, mañana ira
a ver a Elsa, necesita toda su fuerza, quiere estar entera, no quiere que Elsa
se dé cuenta de su estado. Simplemente mañana será otro día.