Esta es una historia real, que he construido en base a historias y cuentos, que he oído a lo largo de los años, un trabajo detestivesco de curiosidad, imaginación y preguntas
Creo
que la habilidad de ver el color de la gente la herede de mi abuela.
Ella
siempre decía que la gente era de colores, y que podían ser brillantes, opacos,
lisos o a motitas.
Esta
facultad, que no surgió de un día a otro, empezó de a poco y se intensifico con
mi madurez.
No fue fácil
acostumbrarme a ella, me ha causado más trastornos que alegrías, pero la fui
aceptando, puliendo y comprendiendo.
El día
que me di cuenta que era capaz de ver los colores de las personas fue cuando
enterraron a Don Cesáreo Mogrovejo.
Había
un montón de gente, todos lo querían y los que no, estaban allí para que nadie
dijera que no habían estado.
Hacía
mucho calor y las gentes vestían de blanco y negro, menos dos personas, que
eran azules.
Eran mi
tía Petaca y su hija Petaquita, azules las dos, azules sus trajes, azules sus
caras, azules sus cabellos.
El
sobrenombre de Petaca les viene por ser pequeñitas de tamaño, como esas cajas
de cuero que usaban las abuelas, y su hija casi clonada, es por ende Petaquita.
Pero
ese día para mí su nombre encerraba misterio, eran cajas que contenían muchos
secretos, y tristes. Como se ven las petacas de cuero de mi madre arrumbadas en
el viejo garaje
La
verdad es que me llamó mucho la atención el persistente color azul de ellas, y
como soy curiosa, defecto congénito que me causa sinsabores usualmente, pero
que es como el chocolate, me cae mal, pero me encanta, Decidí averiguar que
guardaban las petacas en sus fondos azules.
La
primera a quien interrogué, tratando de disimular la curiosidad que me carcomía
por estas gentes azules, fue mi madre. Nada, solo me encontré una tumba. Eso agitó
más mis indomables ansias de saber.
No
pudiendo ya vivir con este interrogante y siendo ellas las únicas personas
azules que veía, me fui a ver a Feliciana, ella había sido niñera de mi madre y
de mi tía, y cuando nací ayudó en mis primeros meses.
Fue
triste verla tan viejita, los ojos acuosos y prontos al llanto, los dientes
idos y su hablar seseante.
La
memoria de los ancianos es impredecible, y ya no saben si viven en el pasado o
en el presente y se les mezclan tiempos y gentes.
Feliciana
casi estaba perdida en ese mundo vivido, y para entenderlo tuve que armarme de
paciencia y contener mi curiosidad.
Mi imaginación
morbosa esperaba una historia que la satisficiera y calmara.
De sus
manos viejas y por sus ojos acuosos entre a un mundo desconocido, que era en
parte mío pero que sentí totalmente ajeno.
Los
personajes que aparecían no eran los que yo conocía y quería, eran humanos, con
virtudes y defectos, y más defectos, eran mi gente vista con los ojos de otra
gente.
....-La
niña Petaca se va a casar, surgió entre un murmullo de planchas de carbón y almidón
hirviendo, así que vamos a tener que lavar todo el ajuar y tenerlo listo.
-La
niña se casa muy bien, es el hijo mayor de la Sra. Casilda, ah! Tan buen mozo,
todas las mozas de la casa lo adoran, siempre tiene tantas atenciones con
ellas, es tan acariciador, y esa mocita se sonrojaba.
El tal
casamiento, revolucionó todo, el lechero lo sabía, se lo oyó al carnicero de la
otra cuadra, a quien le contó la mucama de Doña Ester, que Doña Sofía estaba
feliz de casar la Niña tan bien, tan joven y con un buen partido, con plata y
apellido, como los que le gustan a ella, no con un simple inmigrante como yo
aunque nuestros padres hayan venido juntos en el mismo barco.
Todo se
almidonó, todo se lavó, sabanas para la noche de bodas, de hilo bordadas,
manteles para el comedor de la fiesta, camisas de plastrón para el Señor y los
dos Niños, cofias y delantales para las mozas que atenderían las mesas, y hasta
las manos quemadas y ampolladas de Feliciana y los músculos adoloridos de
aventar la plancha de carbón que sacaba chispas a sus mejillas y rezaba para no
quemar nada.
Por
suerte mientras todos estuvieran a las corridas, ella descansaría y pondría sus
manos y brazos adoloridas a remojar en el te de hierbas que siempre traía el
lechero.
Feliciana
sabía que tendría el día de fiesta para recuperarse. Desde que las niñas
crecieron ella planchaba y esperaba pacientemente a que vinieran las nuevas
niñas para criar y no más planchar.
Los
manteles estaban manchados, el vino tinto y los jugos se reconocían por los
olores, las salsas por sus colores y toda la gama de lápices de labios a la
moda en las servilletas, que serían hervidas en sal y limón para recuperar sus
alburas.
Las
sabanas heridas, las camisas sudadas , las cofias y delantales resentidos y
admirados, y vuelta a almidonar todo eso, que no se note la fiesta, que no se
vea que se sufre, que no se sepa que se envidia, que el almidón tape lo que no
se debe mostrar. Y todos blancos, duros y felices.
Los
pañales al sol eran amarillos, no puedo ya hervirlos más, esa creatura está
triste, entre las hojas de coca del acullico murmuró el leñatero.
Las
sabanas revueltas, quebradas, sudadas, con lágrimas. Las caras sonrientes, las
miradas opacas. Las noches a solas. Las caras marcadas.
La Niña
Petaca estaba con Petaquita en brazos, que nació de 7 meses y casi no
sobrevive, sino por la fuerza increíble de esa creatura, y así con fuerza fue su
llanto, noche tras noche.
Y todo
es felicidad, a la Niña le va tan bien con el matrimonio, le conto Doña Sofía a
la Sra. Casilda, el día en que se cruzaron en la calle y justo pasaba el
lechero que después fue a lo del carnicero en donde Eulogia compraba la carne y
Feliciana lo supo mientas cebaba mates en la cocina a la hora de la siesta. Y
los panales seguían amarillos, las sabanas solas y los pañuelos salados y todo está
bien.
Nos
mudamos a nuestra casa, Feliciana, te necesito con la guagua, yo sola no puedo,
hace 3 meses que no sé lo que es dormir.
Ahora
las sabanas eran otras pero los pañales los mismos, estaba más aliviada y sacar
a pasear a la creatura era encontrarse con el lechero, que venía de lo del
carnicero e iba a la panadería.
La
Niña, la madre, lloran, el padre no está en casa.
Si es
una maravilla este Sr, la señora Casilda lo ama, es su hijo único.
Y el
pozo azul de la petaca, no era ni negro, ni oscuro, era pequeño.
El
mantel blanco, Feliciana, vienen las chicas a tomar el té, van a venir Carmen y
Josefa, me las presta mamá para ayudarte.
Las
tazas de porcelana, el té de Ceilán, que bien te queda el azul María Rosa, sí,
y a vos que te pasa que estas tan pálida?, debe ser de felicidad, la vida de
casada es un sueño, ah!!! Kirie yo quisiera Kirie ser casada.......
Una
mano temblona, pálida, vuelca té, el almidón lo absorbe en su intensa amargura.
Un
marido fantástico, que sale de noche y juega, que tiene fama de mujeriego, que
me acompaña a misa, que bueno que es, me da plata cuando necesito, me encanta
esta vida, y él es tan gentil, tan cariñoso. Es un buen hombre. Las lágrimas
crujen.
Un nudo
en la garganta, se atragantan los turroncitos y pasan.
Los
zapatos se gastan, los pañales se guardan.
Los
turroncitos ya no se atragantan, han aprendido a resbalar, todo está bien, la
felicidad se habla, no se vive.
Decir,
hablar, ayuda al vivir, calma el dolor del dolor, de la soledad. Se acostumbra,
se fortalece. El orgullo se reviste de resignación, la soberbia es la vanidad
por no estar bien.
Petaquita
crece, pero no de tamaño, su alma se queda azul para sobrevivir al orgullo.
La
felicidad se habla, es una fantasía envuelta en mil palabras sin sentido.
El
fondo de la Petaca no tiene profundidad, solo azul miseria.
Y la
curiosidad mató al gato.
TC