domingo, 28 de septiembre de 2014

CUANDO ESTOY TRISTE......


Cuando estoy triste, no abro una caja de música,
Me pierdo monte adentro, me vuelvo pájaro,
Me siento flor, busco un nido.
Cuando estoy triste encuentro, en mi selva verde y frondosa
Ese abrazo calido que me falta, esa protección que me cobija.
Los árboles añosos, los árboles nuevos, me abrazan con verde frescura.
Me envuelven sus ramas, los trinos me acunan, me calman.
Cuando estoy triste, me vuelvo agua, que cae a raudales de la noche de mis ojos.
Cuando estoy triste me voy en el agua mansa del arroyo, me abrazan las piedras, y me cantan su música de coros.
Me pierdo adentro en la savia de las tipas que sube arisca al infinito, y las pavas y tordos y azulejos junto a los brillantes loros desparraman como lluvia mi tristeza al viento.
Y ya cuando siento que mi herida primera se desangra, cuando ya mi llanto me sucumbe, me besan las dulces zarzamoras, llenan mi boca, mi alma, con calida luz morada.
Y así, abrazada y besada, emprendo de nuevo mi rumbo, más verde, más nueva, con la tristeza achicada y el alma renovada.

Trudi Caceres


11/12/11

domingo, 21 de septiembre de 2014

CUANTO DURA EL AMOR?

¿Cuanto dura el amor?

¡Vaya pregunta!, acá les comparto una vieja historia, ya amarilla en el baúl de mis escritos.
La encontré hoy y me trajo recuerdos y  no sé si a ésta historia la viví, la oí o simplemente me la inventé. 

Destiempo 

  Cuando Víctor Manuel y Susana nacieron ya lo hicieron a destiempo.
La madre de Víctor Manuel dijo que se había atrasado 15 días en nacer por que no quería salir a la que sería una vida difícil.
Susana nació un mes antes del esperado, pero 15 años después que Víctor Manuel.
Cuando se conocieron fue inevitable que se enamoran, pero ya era tarde, Víctor estaba casado y tenía una hija.
Y a partir de ahí su vida fue un inevitable esperar a que el azahar, el tiempo o el destiempo los uniera.
El día que se vieron por primera vez, él le estiro la mano y quedo atrapado en una inexplicable corriente eléctrica.
Fue una reunión de trabajo, el debía presentar un nuevo proyecto.
Ella quedo fascinada al oírlo hablar. El simplemente puso su discurso habitual en automático, dejo que su lengua repitiera mecánicamente un sinnúmero de palabras hilvanadas y se dedicó a contemplarla.
En la vida de él las mujeres habían pasado a la categoría de bellos ejemplares no involucrables desde su fracaso matrimonial, no estaba dispuesto a dejarse atrapar de nuevo. Pero le gustaba sentir que aún era atractivo, que las mujeres y los hombres lo encontraran simplemente fascinante.
Ella era del tipo espécimen raro, joven, brillante, sensible, y de una rara y atractiva belleza de reina. En ese momento ella era como una banana en un cajón de manzanas, cualquiera se sorprendía de encontrarla en ese lugar. Masculino y alejado, rudo y rutinario.
A él le gusto su pulsera de plata, a ella su voz.
El llamo por teléfono, el tonto pretexto quedo al instante olvidado por una intensa conversación, devoraron palabras, hablaron de ellos.
El no pudo resistirse, no pudo pensar, no pudo levantar más barreras, se rindió a sus plantas.
Ella no lo pensó, se enamoró.
El azar que los había unido, se encargó también de separarlos.
Él se fue a su mundo, ella se quedó esperando.
Lo espero un mes, dos, siete, ocho, y lloro con el dolor más grande del mundo sentada en el baño de un aeropuerto el día que fue a verlo y él no estaba allí.
El tenía dos mundos. No se cruzaban, eran rectas paralelas, pero ella había tenido la desgracia de unirlos y cruzarlos.
A ella le dolió tanto, tanto pero tanto, que el amor apasionado, infantil, ingenuo y puro, murió,  y creció a golpes de realidad.
Un día ella decido que necesitaba un descanso, su vida cotidiana era dura, seca, tensa. Necesitaba un baño que refrescara su espíritu, necesitaba encontrar a Dios de nuevo.
Se fue al único lugar que sabía seria físicamente cerca del cielo.
El no podía alcanzarla, su otro mundo le pesaba tanto que no pudo subir.
Y cerca del cielo conoció otro amor, otra ilusión, conoció la posibilidad que él le negaba, un hombre con un solo mundo. Un hombre simple.
Quiso amarlo, lo amo.
El destino, los hados y los dioses se confabularon de nuevo, se volvieron a ver, se volvieron a amar.
Ella tuvo que decidir. Eligio mal, eligió la seguridad, la tranquilidad, el pasaporte que la llevaría a un cajón de bananas nuevamente. Se equivocó.
El hombre simple era tan simple como una manzana que no entiende por que la banana es amarilla, no pudo amarla.
Pero Víctor Manuel, seguía allí. Ella lo llamo, el volvió.
Ahora habían heridas, ella era capaz de irse, él era incapaz de retenerla.
Ella buscaba continuidad, buscaba amor constante. Él era un ave de paso, su mundo eran sus maletas, ella no cabía en una.
El estimado tiempo de encuentro comenzó a fallar, él llegaba y ella partía. Se encontraron en abrazos desesperados en el corredor de mil aeropuertos. Ella aprendió a seguir su vida, el no podía exigir nada.
El teléfono era su aliado más seguro.
Ella conoció a otros hombres, ninguno le gustaba lo suficiente, nadie tenía el poder de hacer de su rareza una joya, no podía brillar al lado de nadie como cuando estaba el.
Con el subía a la cima del mundo, sin él estaba sola en la punta de un poste.
Un día que los dioses se descuidaron coincidieron el tiempo suficiente para superar los abrazos y dejar que las palabras atropelladas pudieran armar frases coherentes.
Él dijo: Tengo una meta, al final de ella estas vos.
Ella dijo: no llegues demasiado tarde.
El aprendió a sobrevivir en dos mundos, la existencia de uno le permite soportar el otro. Él no ha aprendido a caminar en uno solo. Él no sabe aún como se vive en singular.
Ella lo presiente, lo siente. Ella sabe que él no va a tomar decisiones. Él no sabe hacerlo.
Ella no sabe cuánto tiempo más va a esperar.
Ella sabe que un día los dioses no dormirán y el llegará cinco minutos demasiado tarde.

TC

Noviembre 18 de 1999

PD: ese amor no duró una eternidad se desvaneció como todo lo que no tiene raíces profundas y hoy sé que Susana vive el gran amor de su vida, lo sé y sé que agradece lo vivido en el pasado que la llevó a su bendecido presente .

viernes, 12 de septiembre de 2014

Y la curiosidad mato al gato......decía mi abuela

Esta es una historia real, que he construido en base a historias y cuentos, que he oído a lo largo de los años, un trabajo detestivesco de curiosidad, imaginación y preguntas


      Creo que la habilidad de ver el color de la gente la herede de mi abuela.
Ella siempre decía que la gente era de colores, y que podían ser brillantes, opacos, lisos o a motitas.
Esta facultad, que no surgió de un día a otro, empezó de a poco y se intensifico con mi madurez.
No fue fácil acostumbrarme a ella, me ha causado más trastornos que alegrías, pero la fui aceptando, puliendo y comprendiendo.
El día que me di cuenta que era capaz de ver los colores de las personas fue cuando enterraron a Don Cesáreo Mogrovejo.
Había un montón de gente, todos lo querían y los que no, estaban allí para que nadie dijera que no habían estado.
Hacía mucho calor y las gentes vestían de blanco y negro, menos dos personas, que eran azules.
Eran mi tía Petaca y su hija Petaquita, azules las dos, azules sus trajes, azules sus caras, azules sus cabellos.
El sobrenombre de Petaca les viene por ser pequeñitas de tamaño, como esas cajas de cuero que usaban las abuelas, y su hija casi clonada, es por ende Petaquita.
Pero ese día para mí su nombre encerraba misterio, eran cajas que contenían muchos secretos, y tristes. Como se ven las petacas de cuero de mi madre arrumbadas en el viejo garaje
La verdad es que me llamó mucho la atención el persistente color azul de ellas, y como soy curiosa, defecto congénito que me causa sinsabores usualmente, pero que es como el chocolate, me cae mal, pero me encanta, Decidí averiguar que guardaban las petacas en sus fondos azules.
La primera a quien interrogué, tratando de disimular la curiosidad que me carcomía por estas gentes azules, fue mi madre. Nada, solo me encontré una tumba. Eso agitó más mis indomables ansias de saber.
No pudiendo ya vivir con este interrogante y siendo ellas las únicas personas azules que veía, me fui a ver a Feliciana, ella había sido niñera de mi madre y de mi tía, y cuando nací ayudó en mis primeros meses.
Fue triste verla tan viejita, los ojos acuosos y prontos al llanto, los dientes idos y su hablar seseante.
La memoria de los ancianos es impredecible, y ya no saben si viven en el pasado o en el presente y se les mezclan tiempos y gentes.
Feliciana casi estaba perdida en ese mundo vivido, y para entenderlo tuve que armarme de paciencia y contener mi curiosidad.
Mi imaginación morbosa esperaba una historia que la satisficiera y calmara.
De sus manos viejas y por sus ojos acuosos entre a un mundo desconocido, que era en parte mío pero que sentí totalmente ajeno.
Los personajes que aparecían no eran los que yo conocía y quería, eran humanos, con virtudes y defectos, y más defectos, eran mi gente vista con los ojos de otra gente.
....-La niña Petaca se va a casar, surgió entre un murmullo de planchas de carbón y almidón hirviendo, así que vamos a tener que lavar todo el ajuar  y tenerlo listo.
-La niña se casa muy bien, es el hijo mayor de la Sra. Casilda, ah! Tan buen mozo, todas las mozas de la casa lo adoran, siempre tiene tantas atenciones con ellas, es tan acariciador, y esa mocita se sonrojaba.
El tal casamiento, revolucionó todo, el lechero lo sabía, se lo oyó al carnicero de la otra cuadra, a quien le contó la mucama de Doña Ester, que Doña Sofía estaba feliz de casar la Niña tan bien, tan joven y con un buen partido, con plata y apellido, como los que le gustan a ella, no con un simple inmigrante como yo aunque nuestros padres hayan venido juntos en el mismo barco.
Todo se almidonó, todo se lavó, sabanas para la noche de bodas, de hilo bordadas, manteles para el comedor de la fiesta, camisas de plastrón para el Señor y los dos Niños, cofias y delantales para las mozas que atenderían las mesas, y hasta las manos quemadas y ampolladas de Feliciana y los músculos adoloridos de aventar la plancha de carbón que sacaba chispas a sus mejillas y rezaba para no quemar nada.
Por suerte mientras todos estuvieran a las corridas, ella descansaría y pondría sus manos y brazos adoloridas a remojar en el te de hierbas que siempre traía el lechero.
Feliciana sabía que tendría el día de fiesta para recuperarse. Desde que las niñas crecieron ella planchaba y esperaba pacientemente a que vinieran las nuevas niñas para criar y no más planchar.
Los manteles estaban manchados, el vino tinto y los jugos se reconocían por los olores, las salsas por sus colores y toda la gama de lápices de labios a la moda en las servilletas, que serían hervidas en sal y limón para recuperar sus alburas.
Las sabanas heridas, las camisas sudadas , las cofias y delantales resentidos y admirados, y vuelta a almidonar todo eso, que no se note la fiesta, que no se vea que se sufre, que no se sepa que se envidia, que el almidón tape lo que no se debe mostrar. Y todos blancos, duros y felices.
Los pañales al sol eran amarillos, no puedo ya hervirlos más, esa creatura está triste, entre las hojas de coca del acullico murmuró el leñatero.
Las sabanas revueltas, quebradas, sudadas, con lágrimas. Las caras sonrientes, las miradas opacas. Las noches a solas. Las caras marcadas.
La Niña Petaca estaba con Petaquita en brazos, que nació de 7 meses y casi no sobrevive, sino por la fuerza increíble de esa creatura, y así con fuerza fue su llanto, noche tras noche.
Y todo es felicidad, a la Niña le va tan bien con el matrimonio, le conto Doña Sofía a la Sra. Casilda, el día en que se cruzaron en la calle y justo pasaba el lechero que después fue a lo del carnicero en donde Eulogia compraba la carne y Feliciana lo supo mientas cebaba mates en la cocina a la hora de la siesta. Y los panales seguían amarillos, las sabanas solas y los pañuelos salados y todo está bien.
Nos mudamos a nuestra casa, Feliciana, te necesito con la guagua, yo sola no puedo, hace 3 meses que no sé lo que es dormir.
Ahora las sabanas eran otras pero los pañales los mismos, estaba más aliviada y sacar a pasear a la creatura era encontrarse con el lechero, que venía de lo del carnicero e iba a la panadería.
La Niña, la madre, lloran, el padre no está en casa.
Si es una maravilla este Sr, la señora Casilda lo ama, es su hijo único.
Y el pozo azul de la petaca, no era ni negro, ni oscuro, era pequeño.
El mantel blanco, Feliciana, vienen las chicas a tomar el té, van a venir Carmen y Josefa, me las presta mamá para ayudarte.
Las tazas de porcelana, el té de Ceilán, que bien te queda el azul María Rosa, sí, y a vos que te pasa que estas tan pálida?, debe ser de felicidad, la vida de casada es un sueño, ah!!! Kirie yo quisiera Kirie ser casada.......
Una mano temblona, pálida, vuelca té, el almidón lo absorbe en su intensa amargura.
Un marido fantástico, que sale de noche y juega, que tiene fama de mujeriego, que me acompaña a misa, que bueno que es, me da plata cuando necesito, me encanta esta vida, y él es tan gentil, tan cariñoso. Es un buen hombre. Las lágrimas crujen.
Un nudo en la garganta, se atragantan los turroncitos y pasan.
Los zapatos se gastan, los pañales se guardan.
Los turroncitos ya no se atragantan, han aprendido a resbalar, todo está bien, la felicidad se habla, no se vive.
Decir, hablar, ayuda al vivir, calma el dolor del dolor, de la soledad. Se acostumbra, se fortalece. El orgullo se reviste de resignación, la soberbia es la vanidad por no estar bien.
Petaquita crece, pero no de tamaño, su alma se queda azul para sobrevivir al orgullo.
La felicidad se habla, es una fantasía envuelta en mil palabras sin sentido.
El fondo de la Petaca no tiene profundidad, solo azul miseria.

Y la curiosidad mató al gato.

TC