Dedicado a mi prima C.M.C., quien me dio la idea de escribir
esta novela corta acerca de la historia de las mujeres de mi familia, o sea las
mujeres de la familia de la tía Elsa, ella fue el centro y eje de sus
historias, a ellas y a Elsa, y a todas las Elsas de cada familia, todo mi
afecto.
Capítulo 1: Carmela
Volviendo del colegio con su pila de libros a cuestas,
charlando con sus amigas de los temas importantes del día, el Pesado de Química
que se zafó con una prueba sorpresa, la tarada de Geografía que insiste con
mapas hechos a mano cuando hoy en día se imprime de un solo clic cualquier
cosa!! Ahhh! y Javier, siempre Javier.
Carmela vuelve del colegio caminando cada día hacia su casa
con Josefa y Herminia, las tres viven en la misma línea de calles, así que se
acompañan cada día hasta sus destinos,
mientras tanto desgranan sus vidas en esas 10 cuadras que a veces se prolongan
en horas sagradas de confidencias adolescentes.
Carmela conoció a Javier en una fiesta de 15 años, era la
fiesta de una parienta lejana y tuvo que ir porque su mamá la obligó y ella no
se hizo mucho la de rogar, casi no conocía a nadie, pero algo invisible le dio fuerte
impulso para querer ir.
Y por algo era nomas, ahí estaba Javier, espléndido, brillante bajo las luces de colores de la pista de baile, alto y moreno, ojos verdes,
pestañas espesas y cejas negras muy marcadas, bailaba con ritmo alucinante,
bailaba con la dueña de la fiesta, con la mamá y las tías viejas, no tenía
problema, el solo bailaba. Lo vio y se le paró el corazón, empezó a temblar, se
quedó muda, no podía creer lo que veía, pero por sobre todo, lo que sentía, era
como si la tierra se moviera a tropezones.
Carmela había echado el ojo a varios muchachos de su grupo
de amigos, pero en realidad ninguno le gustaba lo suficiente como para ser el
único, le gustaban todos, y como no quería perder a ninguno coqueteaba y
mantenía ese suspenso que la divertía tanto y la hacía tan atractiva.
Estando parada ahí, en la pista de baile, un fogonazo la
dejo estaqueada junto a la columna, no se podía mover, no se quería mover, no
podía apartar lo ojos de semejante belleza de hombre, y tal sería la fuerza de
su mirada que Javier la sintió, y la buscó en la multitud oscura hasta dar con
ella, la miró, y Carmela se derritió cual cubito de hielo al sol, sí, se
derritió literalmente, sintió que se derramaba toda ella en el suelo, no podía pensar, estaba electrizada, un rayo
le partió el corazón y la dejo muda y sin aliento.
Cuando Javier se acercó para sacarla a bailar, nunca supo cómo
accedió, ni que dijo, se dejó llevar, no tenía voluntad , solo el atropellado
deseo de bailar con ese adonis que la había , para colmo de felicidad, sacado a
bailar a ella, que la había distinguido en medio de una multitud enfervorizada.
Y Bailó, bailó toda la noche, como en los cuentos de hadas
hasta gastar los zapatos, hasta que la fiesta se desvaneció, y su corazón quedo
perdido y prendido al de Javier.
Javier estaba en el último año del colegio, era dos más
grande que Carmela, un tipo inteligente y simpático, buenmozo como pocos, bailarín
consagrado, fiestero de alma. Pero por sobre todo era lindo, era hermoso, era
un recreo para la vista esa figura colosal de rostro perfecto.
Carmela era hermosa, como se es a los 15 años, fresca e
inocente, de mediana estatura, dorada, toda ella, piel y pelos, abundantes
rulos dorados, ojos marrones, oscuros, grandes, irradiaba toda ella una
magnifica y extraña luz dorada, si alguien tuviera que elegir una sola palabra
para describirla, era esa, dorada, la chica dorada, hasta su risa despedía
destellos de sol.
Se vieron y se amaron, con la fuerza y la pasión del primer
amor, amor adolescente, profundo, lacerante, que te lleva al cielo y en el
mismo minuto estas en el infierno, los primeros besos, las primeras sensaciones,
descubrir que la piel es mucho más que piel, que es un mar de sensaciones
liquidas, que amar no es solo que te gusta, es sentir con cada célula de tu
cuerpo, que no podes separar en un beso la sensación de vértigo en la panza y
la saciedad del corazón. Es también el amor con miedos, con limites, con mil
voces familiares que te dicen, ojo, no beses mucho, no toques mucho, no te
dejes llevar por la sangre y es una lucha despiadada por dejarte llevar a lo
que sentís y las voces en tu cabeza que
te ponen mil y un frenos.
Carmela y Javier se vieron, se amaron y se ennoviaron, y
obvio, era tema de conversación cada día con sus amigas, Carmela fue la primera
de las 3 en ponerse de novia, así que era la que ahora tenía la batuta de la
experiencia en el contacto íntimo con el sexo opuesto. Sus amigas le tenían un nuevo
respeto.
Luego de haber hecho las presentaciones formales a sus
padres Carmela llevó a Javier inmediatamente a conocer a la Tía Elsa, era
impensado que ella no lo conociera, a sus amigas les daba vergüenza que tuviera
que poner a Javier en el incómodo lugar de visitar a una vieja tía bisabuela,
para Carmela era de vida o muerte, si la tía Elsa no lo conocía, Javier no existía,
no tenía entidad dentro de su familia.
Algo difícil de explicar a extraños era la relación e
influencia de la tía Elsa en su vida, era eso, el alma de la familia, el alma
femenina, una especie de diosa tutelar que acompañaba ya a la 3° generación, y
no todos tenían el privilegio de estar dentro del circulo de favoritas
consentidas de la tía Elsa, y Carmela, se había ganado ese lugar por el amor
desinteresado que desde bebe tuvo por la viejecita pequeña y luminosa que la
tomo en brazos.
Javier conoció a la tía Elsa, cayó rendido a sus pies, la tía
Elsa lo miraba con los ojos brillantes, echaba chispas, y no se pudo contener
al decirle, pareces una mezcla de torero español con Cary Grant, ay m’hijo sos
un buenmozaso!! Y todos soltaron la risa ante el piropo abundante de una persona
tan medida y cauta como Elsa.
El amor duró lo que dura el destello de mil fuegos artificiales,
o a Javier le duró eso, ya que a los tres meses anunció a Carmela que ya no
quería seguir con ella, que tenía que prepararse para los exámenes de ingreso a
la facultad y que quería salir con sus amigos y no quería ataduras, ya que era
su último tiempo de estudiante secundario quería estar solo.
Oír esas palabras y morir fueron para Carmela sinónimo, no entendía,
no podía entenderlo, le estaba diciendo que no la quería? Que se iba? Que la
dejaba? Pero, cómo? Si ella lo amaba locamente, no entendía, su cerebro era un
pozo oscuro que se chupaba las palabras, se las tragaba, y la tierra se abría
poco a poco a sus pies y la succionaba hacia a dentro, se la comía, no se podía
mover, no podía reaccionar, no quería, se hubiera tirado a llorar ahí, en la
vereda, en la puerta de su casa.
Fué así como Javier se esfumó, dejando un agujero en la vida
de Carmela, tan pero tan grande que no pasaba día ni hora en la que no le
doliera hasta el pelo cuando recordaba que Javier se había ido, la había
dejado.
Solo estar sentada en la cama de Elsa, comiendo bombones y
viendo la telenovela de las 3 de la tarde calmaba el lacerado corazón de tierna
y dulce adolescente. Elsa con la paciencia y sabiduría de los años, miles de
corazones rotos recuperados en su haber, oía la misma historia mil veces,
sabiendo que un día Javier seria solo un recuerdo cuando apareciera un Mario,
un Francisco o un Eugenio y borrara de un plumazo la sangrante y desgarradora
historia de amor de Carmela.
Y así, camino del Colegio a la casa, Carmela iba sanado ,
recomponiendo, al calor de sus amigas, ese corazón roto, recuperándose de su
primer desengaño amoroso, entrado a la vida adulta por la puerta dura,
aprendiendo a sobrellevar con dignidad el dolor de amar y no ser correspondida,
una dura lección, amarga y adulta, formadora. Un día Carmela valorará amar y
ser amada, pero para eso aún faltan muchos años.
Hoy ha recibido un mensaje, su tía Elsa la mandó llamar, está
en cama hace mucho tiempo, ella terminara sus cosas e ira a verla, a refugiarse
en esa cama algodonosa, a acariciar esas manitos nudosas, cálidas y
tiernas, a sentir que es querida y acogida en un lugar especial, sí, hoy verá a
su tía Elsa.
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