martes, 28 de abril de 2015

Relato de un viajero solitario en altamar

Hace muchos días que estoy en altamar, voy en un barco, es un buen barco, tiene 44 años, pero se mantiene bien, su casco esta integro, no tiene grietas ni rajaduras, lo he mantenido con cariño todo estos años, de vez en cuando cruje acusando signos de edad. Su pintura no está desconchada y a simple vista causa admiración a más de uno.
Mi barco está sometido a mal tiempo constante desde que comencé el viaje, hace un par de meses que me decidí a dar la vuelta al mundo en solitario, agarré mi bolsa y me monté en él, le dije, compañero acá en tierra firme no me encuentro bien, llévame a un lugar donde halle paz. Y el barco me sonrió.
No sabíamos, ni él ni yo que esta tormenta duraría tanto, hemos atravesado los mares del trópico, y nos pescamos todas las malas rachas, los vientos huracanados, la lluvia pesada, grosera, el oleaje tremendo, enojado. Nos estamos sacudiendo a merced de estas olas despiadadas, de este viento que gira a cada rato bailando quien sabe que danza infernal.
Cada día oigo crujir un poco más el esqueleto de mi barco, le he notado rajaduras pequeñísimas a su pintura, su mástil tiembla hace días, el viento sacude el corazón y las entrañas de este guerrero.
De pronto la tormenta amaina, el agua parece calmarse un poco, empiezo a tener algo de estabilidad para acomodar mi vida, esta todo revuelto, y mojado, acomodo la comida, las latas, compruebo mi agua potable, saco al aire las cobijas y trato de secar la ropa, de comer algo caliente, de sentirme humano un rato. Y cuando creo que ya estoy por alcanzar esa dicha, un viento traidor, me agarra de espaldas y me da vuelta todo de nuevo. Siento que me voy quedando sin fuerzas, que este viaje, en solitario, está siendo muy duro, ha puesto todos mis recursos al límite.
Miro al cielo, y busco Dios, le tiendo la mano, le pido fuerzas, y me mira y me dice, vas a resistir, y no le puedo creer, porque ya estoy arrodillado, y cuando ya mi cabeza toca el suelo, viene la calma, sale el sol, y respiro, y vuelvo a querer acomodar, a comer, a sentirme humano, con alma, y dudo que si el camino sea siempre así no logre llegar a mi meta.
Me pregunto si se puede comer caliente en la tempestad, si se puede evitar que el agua entre en mi cabina, que con viento desmedido, aun tenga un lugar seco donde refugiarme, y descansar, para mañana enfrentar la tormenta, con la frente alta y no arrodillado en el piso.
Faltan muchos días para llegar al puerto final, oteo el horizonte buscando a otro loco como yo que me quiera acompañar en esta travesía, la soledad me está pesando.
A veces distingo a lo lejos sombras o luces, y la esperanza de encontrar compañía no terminan de apagarse, está latente, me sostiene.
Y a pesar del viento, la marea, el miedo, la soledad y muchas veces la desesperación hay una brújula en mi alma que dice no afloje, que siga, que voy en el camino correcto, que un día llegaré, que esperar es largo, que no estoy en la calma chicha, estoy luchando en la tormenta, y que esos vientos malvados son los que mueven el barco, de otro modo estaría en el mismo lugar sin avanzar nada.



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