Hace muchos días que estoy en altamar, voy en un barco, es
un buen barco, tiene 44 años, pero se mantiene bien, su casco esta integro, no
tiene grietas ni rajaduras, lo he mantenido con cariño todo estos años, de vez
en cuando cruje acusando signos de edad. Su pintura no está desconchada y a
simple vista causa admiración a más de uno.
Mi barco está sometido a mal tiempo constante desde que comencé
el viaje, hace un par de meses que me decidí a dar la vuelta al mundo en solitario,
agarré mi bolsa y me monté en él, le dije, compañero acá en tierra firme no me
encuentro bien, llévame a un lugar donde halle paz. Y el barco me sonrió.
No sabíamos, ni él ni yo que esta tormenta duraría tanto,
hemos atravesado los mares del trópico, y nos pescamos todas las malas rachas,
los vientos huracanados, la lluvia pesada, grosera, el oleaje tremendo,
enojado. Nos estamos sacudiendo a merced de estas olas despiadadas, de este
viento que gira a cada rato bailando quien sabe que danza infernal.
Cada día oigo crujir un poco más el esqueleto de mi barco,
le he notado rajaduras pequeñísimas a su pintura, su mástil tiembla hace días,
el viento sacude el corazón y las entrañas de este guerrero.
De pronto la tormenta amaina, el agua parece calmarse un poco,
empiezo a tener algo de estabilidad para acomodar mi vida, esta todo revuelto,
y mojado, acomodo la comida, las latas, compruebo mi agua potable, saco al aire
las cobijas y trato de secar la ropa, de comer algo caliente, de sentirme
humano un rato. Y cuando creo que ya estoy por alcanzar esa dicha, un viento
traidor, me agarra de espaldas y me da vuelta todo de nuevo. Siento que me voy
quedando sin fuerzas, que este viaje, en solitario, está siendo muy duro, ha
puesto todos mis recursos al límite.
Miro al cielo, y busco Dios, le tiendo la mano, le pido
fuerzas, y me mira y me dice, vas a resistir, y no le puedo creer, porque ya
estoy arrodillado, y cuando ya mi cabeza toca el suelo, viene la calma, sale el
sol, y respiro, y vuelvo a querer acomodar, a comer, a sentirme humano, con
alma, y dudo que si el camino sea siempre así no logre llegar a mi meta.
Me pregunto si se puede comer caliente en la tempestad, si
se puede evitar que el agua entre en mi cabina, que con viento desmedido, aun
tenga un lugar seco donde refugiarme, y descansar, para mañana enfrentar la
tormenta, con la frente alta y no arrodillado en el piso.
Faltan muchos días para llegar al puerto final, oteo el
horizonte buscando a otro loco como yo que me quiera acompañar en esta travesía,
la soledad me está pesando.
A veces distingo a lo lejos sombras o luces, y la esperanza
de encontrar compañía no terminan de apagarse, está latente, me sostiene.
Y a pesar del viento, la marea, el miedo, la soledad y
muchas veces la desesperación hay una brújula en mi alma que dice no afloje, que
siga, que voy en el camino correcto, que un día llegaré, que esperar es largo, que
no estoy en la calma chicha, estoy luchando en la tormenta, y que esos vientos
malvados son los que mueven el barco, de otro modo estaría en el mismo lugar
sin avanzar nada.
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