Quiero escribir, la luz amarilla de este atardecer de lluvia
me sorprende, debe ser la luz de los últimos rayos de sol, tras este pesado
manto de nubes cargadas de agua, humedad y electricidad.
El otoño va llegando, veo sus esbozos en las moreras
amarillas, en los pastos maduros y olorosos, olor dulzón y fermentado, de calor
y verano pasado.
Veo venir la lluvia frente a mí, oigo su pasito chiquito,
mediano y grande en la cercanía. Alguna rana canta, las gotas se resbalan en
las hojas de los árboles, componiendo una música de pasos pequeños, de duendes,
acotados, precisos.
Cada gota se desprende, sabe de dónde sale y a donde va, en línea
recta, no titubea, solo una ráfaga de viento inesperado puede cambiar su rumbo,
pero de todos modos caerá, y estallara en miles de partículas y cada una contendrá
un pedacito de luz.
Y yo acá, sentada, busco paz, la encuentro en el canto monótono
de la rana, en las gotas que caen acompasadas, como si la naturaleza latiera
en varios corazones a ritmo constante para calmar al mío.
La luz se está yendo, no quiero moverme de este lugar, de
este momento.
No fue como la gota mi camino hasta aquí, me vine resbalando
monte abajo, como la tierra cuando se desprende porque ya no puede con tanta
agua en sus entrañas, y se suelta cuesta abajo, se deja caer, se derrumba y se
lleva todo a su paso. Y después de aguantar tanto, agarrada con uñas y dientes a
la ladera del cerro, cede, con toda la violencia contenida, se lleva a su paso
todo, arrasa árboles, plantas, animales, corazones, emociones, abre un surco de
sangre en la piel del cerro.
Y así me voy resbalando yo, en esta ladera, cuesta abajo de
emociones laceradas, de aguantar gota tras gota, lluvia tras lluvia, peso tras
peso, hasta no tener ya fuerza para sostenerme y me dejo caer, llevar, y en ese
deslizarme se queda lo que me pesa, lo que agota , lo que aprieta.
De repente, veo que no soy la tierra que se desprende, no
soy la cae cuesta abajo, soy la piel del cerro que quedo sangrando en carne
viva, soy la que no pudo sostener tanta lluvia, tanta agua, mi capacidad de absorción
se saturó y dejo ir a costa del dolor y la herida abierta lo que pesaba tanto.
Hoy la lluvia que cae, me lava, me duele, como el alcohol en
la piel humana herida, creo que será bueno, así no se infecta.
Sé también que el alud no se llevó todo, dejo los dedos y
las uñas de miles de raicillas que crecerán para cubrirme la piel, que más tarde
o más temprano dejaré de sangrar, que las raíces me darán tallos y hojas y
flores, que me van a cubrir, que me van cuidar.
Y tal vez, solo tal vez, algún día aprenda a no cargarme de
pesos imposibles….
En algun lugar, 14 de marzo de 2015
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