¡Vaya pregunta!, acá les comparto una vieja historia, ya amarilla en el baúl de mis escritos.
La encontré hoy y me trajo recuerdos y no sé si a ésta historia la viví, la oí o simplemente me la inventé.
Destiempo
Cuando Víctor Manuel y Susana nacieron ya lo hicieron a destiempo.
La
madre de Víctor Manuel dijo que se había atrasado 15 días en nacer por que no quería
salir a la que sería una vida difícil.
Susana nació
un mes antes del esperado, pero 15 años después que Víctor Manuel.
Cuando
se conocieron fue inevitable que se enamoran, pero ya era tarde, Víctor estaba
casado y tenía una hija.
Y a
partir de ahí su vida fue un inevitable esperar a que el azahar, el tiempo o el
destiempo los uniera.
El día
que se vieron por primera vez, él le estiro la mano y quedo atrapado en una inexplicable
corriente eléctrica.
Fue una
reunión de trabajo, el debía presentar un nuevo proyecto.
Ella
quedo fascinada al oírlo hablar. El simplemente puso su discurso habitual en automático,
dejo que su lengua repitiera mecánicamente un sinnúmero de palabras hilvanadas
y se dedicó a contemplarla.
En la
vida de él las mujeres habían pasado a la categoría de bellos ejemplares no involucrables
desde su fracaso matrimonial, no estaba dispuesto a dejarse atrapar de nuevo.
Pero le gustaba sentir que aún era atractivo, que las mujeres y los hombres lo
encontraran simplemente fascinante.
Ella
era del tipo espécimen raro, joven, brillante, sensible, y de una rara y
atractiva belleza de reina. En ese momento ella era como una banana en un cajón
de manzanas, cualquiera se sorprendía de encontrarla en ese lugar. Masculino y
alejado, rudo y rutinario.
A él le
gusto su pulsera de plata, a ella su voz.
El
llamo por teléfono, el tonto pretexto quedo al instante olvidado por una
intensa conversación, devoraron palabras, hablaron de ellos.
El no
pudo resistirse, no pudo pensar, no pudo levantar más barreras, se rindió a sus
plantas.
Ella no
lo pensó, se enamoró.
El azar
que los había unido, se encargó también de separarlos.
Él se
fue a su mundo, ella se quedó esperando.
Lo
espero un mes, dos, siete, ocho, y lloro con el dolor más grande del mundo
sentada en el baño de un aeropuerto el día que fue a verlo y él no estaba allí.
El tenía
dos mundos. No se cruzaban, eran rectas paralelas, pero ella había tenido la
desgracia de unirlos y cruzarlos.
A ella
le dolió tanto, tanto pero tanto, que el amor apasionado, infantil, ingenuo y
puro, murió, y creció a golpes de
realidad.
Un día
ella decido que necesitaba un descanso, su vida cotidiana era dura, seca,
tensa. Necesitaba un baño que refrescara su espíritu, necesitaba encontrar a
Dios de nuevo.
Se fue
al único lugar que sabía seria físicamente cerca del cielo.
El no podía
alcanzarla, su otro mundo le pesaba tanto que no pudo subir.
Y cerca
del cielo conoció otro amor, otra ilusión, conoció la posibilidad que él le
negaba, un hombre con un solo mundo. Un hombre simple.
Quiso
amarlo, lo amo.
El
destino, los hados y los dioses se confabularon de nuevo, se volvieron a ver,
se volvieron a amar.
Ella
tuvo que decidir. Eligio mal, eligió la seguridad, la tranquilidad, el
pasaporte que la llevaría a un cajón de bananas nuevamente. Se equivocó.
El
hombre simple era tan simple como una manzana que no entiende por que la banana
es amarilla, no pudo amarla.
Pero Víctor
Manuel, seguía allí. Ella lo llamo, el volvió.
Ahora habían
heridas, ella era capaz de irse, él era incapaz de retenerla.
Ella
buscaba continuidad, buscaba amor constante. Él era un ave de paso, su mundo
eran sus maletas, ella no cabía en una.
El
estimado tiempo de encuentro comenzó a fallar, él llegaba y ella partía. Se
encontraron en abrazos desesperados en el corredor de mil aeropuertos. Ella aprendió
a seguir su vida, el no podía exigir nada.
El teléfono
era su aliado más seguro.
Ella conoció
a otros hombres, ninguno le gustaba lo suficiente, nadie tenía el poder de
hacer de su rareza una joya, no podía brillar al lado de nadie como cuando
estaba el.
Con el subía
a la cima del mundo, sin él estaba sola en la punta de un poste.
Un día
que los dioses se descuidaron coincidieron el tiempo suficiente para superar
los abrazos y dejar que las palabras atropelladas pudieran armar frases
coherentes.
Él
dijo: Tengo una meta, al final de ella estas vos.
Ella dijo:
no llegues demasiado tarde.
El aprendió
a sobrevivir en dos mundos, la existencia de uno le permite soportar el otro. Él
no ha aprendido a caminar en uno solo. Él no sabe aún como se vive en singular.
Ella lo
presiente, lo siente. Ella sabe que él no va a tomar decisiones. Él no sabe
hacerlo.
Ella no
sabe cuánto tiempo más va a esperar.
Ella
sabe que un día los dioses no dormirán y el llegará cinco minutos demasiado
tarde.
TC
Noviembre
18 de 1999
PD: ese amor no duró una eternidad se desvaneció como todo lo que no tiene raíces profundas y hoy sé que Susana vive el gran amor de su vida, lo sé y sé que agradece lo vivido en el pasado que la llevó a su bendecido presente .
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